Después de que el buen hombre de la oficina de correos me dijo que él me ayudaba a pegar bien la caja, me dije, algo está raro aquí. No sólo me ayudó a pegar la caja por arriba y por abajo, revisó los datos del destinatario y los aprobó, me comentó que se podía rastrear el envío por internet y además cuando le puso las etiquetas (no los timbres postales como me habían dado en otras ocasiones) me las enseñó para que comprobara el precio que me estaba cobrando.
Me despidió con una sonrisa y, por si toda su amabilidad no hubiera sido suficiente, me chuleó el animalillo que iba a enviar.
Entonces me pregunto, ¿es tan difícil ser amable? ¿es tan difícil decir cómo enviar un paquete sin que parezca regaño? De ahora en adelante voy a ir a la oficina central después de las seis de la tarde, con la esperanza de volver a ser atendida por tan amable funcionario y no por las otras personas que siempre están de mal humor.