En los bazares a los que he llevado los animalillos tejidos he visto diversas reacciones de la gente que los ve: les gustan, les son indiferentes, les encantan, ni los voltean a ver.
Después de esa primera reacción puede venir un segundo paso: los levantan, los miran sin tocarlos, los abrazan, no se deciden cuál agarrar primero.
Y la tercera tanda de reacciones: preguntar el precio, voltear a verme y sonreír, preguntar si yo los hago, preguntar de qué son, irse.
Después de preguntar el precio pueden suceder varias cosas: se horrorizan y se van, sonríen y se van o, mi favorita, regatean.
Ah, el fino arte del regateo. Lo he visto varias veces, lo he practicado poco y lo he vivido dos o tres veces. Me parece que el truco está en saber cómo hacer la pregunta: ¿cuánto es lo menos? Si es con una sonrisa y ganas de llevárselo, hasta da gusto bajar el precio.
Mi conflicto es con las personas que simplemente ponen cara de horror al oír los precios: ¿les parece mucho, les parece poco, no estarían dispuestos a pagar nada por los animalillos? Prefiero que practiquen el regateo, por lo menos así se notan las ganas de adoptar a los animalillos.