No recuerdo exactamente cuál de mis consanguíneas me enseñó a tomar un gancho o un par de agujas pero si recuerdo a cada una de ellas enseñándome o recordándome una puntada o ayudándome con algún punto rebelde. Lo que recuerdo con más claridad es que las especialistas en agujas eran mi abuela y mi tía Gaby y en gancho, mi mamá y mi tía Lety.
Una de las primeras cosas que tejí fue una bandita para el cabello: era verde y la hice en agujas. Me acuerdo que al ser agujas delgaditas, me tardaba mucho en avanzar y cuando la terminé, me sentí muy orgullosa de mí misma. La usé varios años, hasta que se aguadó mucho y supongo que la tiré.
Luego me tejí una blusa, también con agujas, el frente de rosita combinado con otro estambre para que brillara y la parte de atrás sólo rosita. Me acuerdo que mi abuela me ayudó con el cuello y las mangas, porque eran rebeldes y nomás no podía.
De gancho no recuerdo qué fue lo primero que tejí, sólo me recuerdo a mí con mi mamá tejiendo cadenitas largas largas. Me acuerdo que ella y mi tía Lety me enseñaron a hacer los macizos. Ambas son muy buenas para “sacar” puntadas, tanto que mi abuelas y sus hermanas les pedían ayuda cuando no sabían cómo seguirle.
Cuando estaba en la primaria existía la clase de “labores” que consistía en cada mes (o cada dos meses, no me acuerdo bien) hacer una manualidad. Generalmente yo era malísima para casi todo: las coronas navideñas no aguantaban y a la primera colgada se les caían todos los adornos, las maquetas me quedaban chuecas y los bordados ni se diga: conservo una servilleta sólo porque terminé la flor, que me costó muchos días y muchos piquetes en los dedos. Pero cuando se trataba de tejer, era buena.
Sin embargo, cuando estaba en sexto grado, la labor de final de año, la que iba a ser exhibida en el festival de fin de cursos delante de todos los compañeros y padres de familia, era una colcha tejida a gancho. No recuerdo si era para nosotros, para nuestra mamá o qué pero recuerdo que debía ser tamaño matrimonial. A mí me parecía enoooorme y pensé que nunca la iba a terminar. Aunque era buena tejiendo, no era muy rápida, así que la muestra que escogieron entre la maestra y mi mamé, fueron cuadritos que luego pegaríamos. El tiempo pasaba y mis cuadritos no avanzaban a la velocidad requerida, entonces pedí refuerzos: mi abuela, una tía (de mi edad), una tía abuela, mi mamá y mi tía Lety colaboraron en hacer los cuadritos. Para pegar me ayudaron mi mamá y mi abuela y al final, logramos terminarla en la fecha requerida: alegría y felicidad. Durante varios años la usé en mi cama, con todo y que arrastraba un poco.
Durante casi toda la secundaria, no me acuerdo de haber siquiera tomado un gancho o un par de agujas, hasta un diciembre que vi en un catálogo de una tienda departamental un sueter que me encantó pero no el precio. Por eso, le pedí a mi mamá que me acompañara a buscar un estambre parecido y empecé con el suéter. Como el modelo que había visto era en dos agujas, mi tía Gaby y mi abuela me ayudaron y en el primer intento me quedó gigantesco. Lo deshice y ya en el segundo intento se veía mejor. Conseguí tanta velocidad (supongo que entre la tejida y la destejida) que cuando hice la segunda parte ya era capaz de tejer sin ver el estambre (también era una puntada muy sencilla. Se me acabó el estambre y fuimos por más y cuando acabé el suéter me sobró todavía material, así que me hice una bufanda del mismo tipo. Ése suéter todavía lo conservo y de vez en cuando me lo pongo.
Así pasó también la prepa y la universidad, con poco tejido, pero siempre con las consanguíneas tejiendo algo, sobre todo mi abuela y mi mamá.
Gracias a todas ellas puedo ahora entrar en el mundo de los amigurumis y eso me hace muy feliz.